Lugares inaparentes. El legado de Cerdá y Rico

Decir que un territorio tiene memoria puede parecer una metáfora, pero en el caso de Sierra Mágina esta afirmación tiene todo el sentido gracias al legado de Arturo Cerdá y Rico, quien recala en Cabra del Santo Cristo en 1871, aunque no será hasta los años previos a 1900 cuando comience su producción fotográfica, que se prolongará durante las dos primeras décadas del pasado siglo hasta prácticamente su fallecimiento acaecido en 1921. Su olfato fotográfico denota un claro interés por lo artístico y su inquietud lo llevó a emprender numerosos viajes, aunque un repaso a su obra evidencia su preferencia por fotografiar las escenas cotidianas de las gentes que habitaban aquel “micromundo” que era su querida Cabrilla.

Me viene a la mente una cita de Walter Benjamin que considero muy oportuna para enriquecer este texto: el espectador se siente irresistiblemente forzado a buscar en la fotografía la chispita minúscula del azar, del aquí y ahora, con que la realidad ha chamuscado su carácter de imagen, a encontrar el lugar inaparente en el cual, en una determinada manera de ser de ese minuto que pasó hace ya tiempo, anida hoy el futuro y tan elocuentemente que, mirando hacia atrás, podremos descubrirlo. En las fotografías de Cerdá y Rico, paisaje y paisanaje protagonizan unos testimonios impagables que nos trasladan a otra época, pero cuya lectura nos ayuda a entender nuestro presente.  

Otro de los autores cuyas obras resultan muy recomendables para ahondar en el análisis y lectura de la imagen fotográfica es Susan Sontag, de quien me permitiré varias citas que en adelante irán hilvanando este relato. Las fotografías promueven la nostalgia activamentecomo aquellas imágenes de manifestaciones populares protagonizadas por nuestros antepasados. Algunas, como las relacionadas con nuestro patrimonio inmaterial se repiten puntuales en esos mismos escenarios que quedaron congelados hace más de un siglo. Cual notario, Cerdá y Rico registró el pálpito de aquella sociedad que en buena medida se levantaba sin tener aseguradas las necesidades más básicas, pero bien que supo dignificarla. De manera que hoy tomamos conciencia de lo mucho que hemos avanzado cuando vemos aquellas fotos de los jornaleros en la plaza esperando una llamada. De las lavanderas arrodilladas sobre baleos de esparto ya hiciera frío o calor, en ocasiones acompañadas de niños de corta edad. De aquellos segadores que testimonian un tiempo en el que no todo era olivar, ora afanados en su dura tarea bajo el sol abrasador del verano de Mágina, ora en deliciosas y estudiadas composiciones tomadas durante sus ratos de asueto. Escenas bellísimas, sin duda, pero lejos de buscar una idílica armonía la fotografía de Cerdá consigue con este tipo de composiciones una nobleza que en ocasiones resulta casi épica. Como queriendo llamar la atención, Cerdá y Rico fotografió centenares de escenas donde por encima de todo viene a reivindicar y a dignificar los trabajos del mundo rural.  

Algo feo o grotesco puede resultar conmovedor si la atención del fotógrafo lo sabe dignificar y como botón de muestra la imagen de aquel viejo segador giennense de rostro demacrado y abatido que ya forma parte del imaginario colectivo de esta sociedad del futuro que se reconoce en la violencia de un retrato que transmite a la vez ternura y condescendencia. El trabajo infantil era habitual en aquel tiempo como podemos ver en la foto de esas dos niñas sentadas en sendas sillas de enea. A una no le llegan los pies al suelo mientras concentra su atención en la tarea que le han encomendado, la de esquilar las madejas de ramal que han confeccionado los mayores de la casa.

Todas las fotografías son “memento mori”. Hacer una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa. Precisamente porque seccionan un momento y lo congelan, todas las fotografías atestiguan la despiadada disolución del tiempo... Hoy peinan canas los nietos de populares modelos como Sebastianillo, aquel apuesto joven que protagonizó hermosas escenas costumbristas junto a las bellas hijas de Tremedad Pugnaire. O los de Mariquilluela, la niña de mirada pícara que con su bata de cola y abanico se convertía en fugaz tonadillera en poses que delatan un gracejo y desparpajo innatos.

Algo bello puede ser objeto de sentimientos tristes porque ha envejecido, o porque ya no existe. Una cita que nos puede sugerir muchas de las fotografías de Cerdá y Rico, pero que yo asocio irremediablemente a una en la que aparece mi abuela cuando apenas era un bebé. Sentada junto a su madre, tras el quicio de una puerta entreabierta por la que se cuela un rayo de sol que ilumina el pañuelo blanco que le cubría la cabeza, ocultando con su sombra la mitad de su rostro, en un magistral juego de luces y sombras. Ciento diez años han pasado desde que se tomó aquel contraluz y treinta y cuatro desde que nos dejó su protagonista. Un sentimiento que no necesariamente debe desempeñarlo alguien concreto. Es el caso del magnífico reportaje de la inauguración del puente del Salado realizado en marzo de 1899 donde centenares de maginenses muestran su júbilo ante la llegada del tren inaugural. Un momento histórico que despertó la ilusión en las provincias más orientales de Andalucía y unas expectativas que ya hace tiempo que se desvanecieron, porque pasados ciento veintitrés años apenas circulan trenes por este “ferrocarril de Mágina” que si nadie lo remedia se verá abocado a un cierre inminente.

Sontag afirmó que algunos fotógrafos se erigen en científicos y otros en moralistas. Los científicos hacen un inventario del mundo, mientras que los moralistas se concentran en casos concretos. El caso de Cerdá es claramente el primero, porque a nuestro fotógrafo no se le puede encasillar nada más que como a un espíritu libre, cuya notable producción hoy resulta una fuente inagotable de información para abordar los estudios más diversos. Pionero inquieto, sus autocromas fueron las primeras fotos en color que se produjeron en nuestra provincia. Por suerte, buena parte de ese inventario ha llegado hasta nuestros días, lo que entre otras cosas nos da la posibilidad de contemplar desde el futuro muchos de aquellos lugares inaparentes que decía Benjamin.

Hoy, el perfil de las montañas de Mágina permanece inalterado y, aunque el paisaje evoluciona como cabe esperar en una sociedad que busca en la actividad económica su bienestar, la obra de Cerdá y Rico evita que nuestra tierra se convierta en un paisaje sin discurso, sin referencias y sin memoria. Porque las imágenes de nuestro pasado común se perciben como propias y contribuyen a identificar a la población con el territorio, la obra de Cerdá no sólo ayuda a ahondar en el conocimiento de Mágina, sino que se erige en elemento patrimonial clave para su interpretación.

Hace más de veinte años que la asociación Cerdá y Rico encarna los valores de esa sociedad que se afana en preservar y difundir la memoria del fotógrafo por medio de su legado, así que esta “Mágina del futuro” mantiene vivo su espíritu organizando actividades como el certamen internacional Cerdá y Rico de fotografía, cuyo excelente nivel lo ha convertido en uno de los certámenes de referencia en España. Un colectivo que custodia el legado en la bella casa que el fotógrafo se construyó en Cabra del Santo Cristo, hoy convertida en centro cultural. Y un legado que hoy está accesible para el gran público en internet, que se incrementa con las obras galardonadas en su prestigioso certamen y con proyectos como FotoMágina, que fiel a ese espíritu de Cerdá promociona los valores de nuestra comarca a través de los reportajes de algunos de los fotógrafos más conocidos del panorama fotográfico español.

Para citar este documento: LÓPEZ RODRIGUEZ, R. Lugares inaparentes. Diario Jaén, 14/11/2022. Pág. 20. Recurso digital disponible en https://cabradelsantocristo.org/lugares-inaparentes

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