Reconocernos en el paisaje

Lamentablemente, muy a menudo nos hemos permitido la transformación del paisaje en nombre del progreso, así que durante las últimas décadas hemos tenido que aceptar un cambio del pavimento, sustituyendo los viejos adoquines por el socorrido hormigón, o peor aún, el aglomerado asfáltico… o a ver vulgares baldosas en nuestros acerados donde antes había piedra «autóctona». Qué decir sobre la transformación exterior de buena parte del caserío, sin mucho orden que digamos. O de la paulatina pérdida de emblemáticos árboles que fueron talados para que el tráfico rodado llegara a todos los rincones de nuestro casco urbano, así como de las fuentes y abrevaderos que dejaron de cumplir su función y nos faltó tiempo para eliminarlas. ¿Es eso el progreso?, ¿así lo entendemos?

Lavanderas en el Arroyo. Foto de Arturo Cerdá y Rico
Viejo lavadero del Arroyo antes de su reintegración paisajística. Fuente propia.

Con la perspectiva necesaria y la sensibilidad actual tomamos conciencia de la importancia de mantener el patrimonio heredado, aunque no cumpla la función para la que fue creado, pues ello forma parte de nuestras señas de identidad y como tales deben mantenerse siempre que sea posible. Sirva de ejemplo el caso del viejo lavadero del Arroyo, pues parece obvio que no lo volveremos a ver como en la foto de Cerdá, pero ¿era digno el estado que presentaba? La respuesta es clara, hemos de procurar buscar la sostenibilidad, ese equilibrio entre progreso y respeto al patrimonio, no sólo por respeto a la memoria de quienes nos precedieron, sino también porque “son conocidos los efectos negativos del diseño arquitectónico y urbanístico sobre el comportamiento de las personas…”, de ahí que ”los espacios estéticamente confusos y amenazadores visualmente creen ambientes que desalienten la interacción social e impulsen los comportamientos desviados”, así pues, se trata también de sentirnos cómodos en el espacio que habitamos y, porqué no, orgullosos de que quienes nos visiten alaben sus virtudes y excelencias. En definitiva, identificarnos y reconocernos con nuestro entorno.

Afortunadamente el caso de Cabra es excepcional, pues su memoria gráfica es única, así que tenemos un conocimiento muy amplio de aquel pueblo de nuestros bisabuelos y precisamente ello nos da pie a reparar esa memoria por medio de la integración de muchos de aquellos elementos en el paisaje actual. Este es un claro ejemplo que ha llegado hasta nuestros días de manera casi milagrosa, pues apenas quedaban ocultas sus vetustas piedras junto al viejo camino recién asfaltado. Esas piedras que dan sentido a un espacio hoy dignificado gracias a una recuperación, fruto de una virtud fundamental, la sensibilidad necesaria para encontrar la belleza entre lo que nos rodea.

Porque muchas veces no es necesario acometer grandes proyectos. Basta con buscar ese conocimiento de lo nuestro, pues ello nos permite entender la realidad actual y ese es el único punto de partida desde el que se puede proyectar el futuro de un pueblo. Queda mucho por hacer, pero como «andando se hace camino», iniciativas como esta son un paso más para embellecer y dignificar el paisaje que nos rodea. A la vista del resultado nos damos cuenta de que hace falta muy poco para alcanzar la aprobación mayoritaria. Felicidades a los cabrileños por reintegrar en el paisaje este trozo de nuestra memoria.

Lavadero del Arroyo

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