La colección Gámez Vera, referente de la prehistoria local

Este post es un extracto del artículo que salió publicado en el número 10 de la revista Contraluz titulado «Colección Gámez Vera, los inicios de la arqueología en Sierra Mágina«. Un trabajo donde se da cuenta del encuentro con unos materiales arqueológicos que testimonian el pasado milenario de Cabra.

La inquietud de una élite cultural fue el germen de una interesante colección de objetos arqueológicos encontrados en Cabra del Santo Cristo y Larva (Jaén) durante el último tercio del siglo XIX. Unos materiales que “dormían” en los almacenes del Museo Arqueológico Nacional después de más de cien años desde que fueron vendidos por Fernando Gámez Vera y que a lo largo de este tiempo han sido citados de manera recurrente para justificar nuestros inicios prehistóricos, aunque su escaso conocimiento los había mitificado, hasta el punto de dudar de su existencia. En un artículo publicado en 2010[1] adelanté mi intención de ahondar en su conocimiento una vez que di con ellos, así que después de examinar y documentar el material, para lo que he contado con una ayuda fundamental, conscientes de su trascendencia nos proponemos abordar un trabajo para darlos a conocer, pero mientras ello ocurre, tal y como me había comprometido daré cuenta aquí del desenlace de aquella investigación.

En el número siete de Contraluz se publicó el mencionado artículo que firmé junto al inolvidable Manuel Urbano Pérez Ortega en el que dimos a conocer algunos de los personajes que formaron parte del círculo de amigos que Cerdá tuvo en Cabra y con los que compartiría inquietudes. La literatura, la fotografía o la música fueron algunas de las aficiones que aquellos “ilustrados” compartieron, pero también comprobamos que la arqueología y la historia les interesó sobremanera, hasta el punto de descubrir importantes restos arqueológicos, algunos de los cuales dieron a conocer en la exposición provincial que en 1878[2] organizó en Jaén la Real Sociedad Económica de Amigos del País[3]. Según adelantamos, fue Fernando Gámez Vera quien, en los albores del pasado siglo vendió al Museo de Ciencias Naturales una colección de objetos arqueológicos entre los que se encontraban los presentados a aquella exposición provincial así como otros que él mismo había encontrado. Testimonios documentales obtenidos a partir de un manuscrito inédito del propio Gámez Vera daban cuenta de ello, aunque también algún ilustre de la prehistoria patria como Juan Cabré[4] se hizo eco de alguno de esos hallazgos, si bien es cierto que estos descubrimientos, citados de manera recurrente resultaban ya casi un mito para alguno de los investigadores actuales. Supongo que por su temprano descubrimiento, acaecido en 1877, cuando aún no se podía hablar de estudios prehistóricos en el sentido actual del término, estos hallazgos resultarían “de escasa fiabilidad”. Pero es que además ello se entiende por la dificultad en seguirles el rastro debido a los cambios que el estudio de la Prehistoria sufrió a lo largo de la primera mitad del siglo XX, así que nuestra colección se trasladó desde el Museo de Ciencias Naturales, donde en principio la vendió Fernando Gámez Vera, primero al Museo Antropológico, para terminar en el Arqueológico Nacional en un periplo que duró casi media centuria.  Tras seguirles el rastro y dar con ellos, en el mencionado artículo explicaba que no pude conocer con exactitud de qué materiales se trataba porque por entonces se encontraba en obras el Arqueológico Nacional, motivo por el que pospuse el desenlace de este episodio hasta que el citado museo abriera sus puertas y así poder comprobar de primera mano lo que nuestros decimonónicos exploradores encontraron, algo que se produjo en junio de 2013.

Ya desvelamos que don Fernando fue en realidad un excepcional cronista local que dejó buena parte de sus investigaciones plasmadas en un manuscrito[5] cuya lectura resulta determinante para comprender algunas conclusiones que aquí expongo, motivo por el que vuelvo a transcribir la parte que trata sobre la antigüedad de la población:

Antiguamente debió existir una población de alguna importancia en la llamada Loma del Sitio, que empezando en el camino real que va al pueblo de Alicún de Ortega, terminando en lo bajo de dicha loma, cerca del arroyo de D. Francisco, o sea, el que más abajo se denomina arroyo Salado. En la expresada loma se han encontrado y encuentran señales inequívocas de haber habido edificios, como son los cimientos de dura argamasa, trozos de columnas, pilas de grandes dimensiones y de una sola pieza, como la que existe en la fuente de los Llanos que fue transportada allí desde el haza de la Muela, y hoy sirve de pilar donde dan agua a los animales de aquellos cortijos.

Otra señal del poblado que debió haber en tiempo remoto es un panteón que ocupaba el terreno comprendido entre el camino real de Granada y el ya citado de Alicún, entre los cuales está enclavada la dicha haza de la Muela[6], donde se encuentran sepulturas formadas de losas hincadas de canto y sobre estas losas otras anchas que sirven de tapadera a los restos humanos que encierran. En una de estas fosas se encontró el que escribe estas líneas una vasija de barro de la forma de un cantarito pequeño que podría contener un litro de agua, exactamente igual al que D. Manuel Góngora encontró en otra sepultura a un lado de la senda que conduce a Montefrío, grabado que marca con el número 99 en su obra titulada “Antigüedades prehistóricas de Andalucía”. Este jarro de color claro estaba colocado entre dos cráneos de niño, ejemplar que se conserva en el museo de ciencias Naturales, formando parte de una gran colección antropológica que vendió el que dice.

Las sepulturas están formadas en dirección de saliente a poniente y los cadáveres colocados mirando al oriente. Todo esto nos da bastantemente a conocer que esto estuvo poblado desde remotísimo tiempo.

Fernando Gámez Vera, protagonista de nuestra historia, murió en 1917 y aunque no hemos encontrado ningún testimonio escrito que venga a certificar esa relación con Cerdá si existían suficientes indicios que inevitablemente apuntaban hacia una más que probable amistad…

Parece claro que se trataba de un grupo de personas inquietas a las que le interesó la historia y la arqueología, aunque si entendemos “arqueología” como la ciencia que estudia la cultura material de nuestros antepasados -no necesariamente de épocas prehistóricas- hemos de admitir que cualquiera no puede ser arqueólogo, luego podría parecer presuntuoso el título de éste trabajo porque buena parte de los testimonios aquí relacionados son realmente hallazgos casuales encontrados por personas ajenas a la profesión arqueológica. Pero no es menos cierto que en el caso de los materiales de la colección Gámez Vera, pese a que pudiera iniciarse de la misma manera casual, parece clara la intención de estas personas por explorar en diferentes yacimientos y que ello fue la causa de muchos de sus descubrimientos. Obviamente nuestros exploradores no eran arqueólogos profesionales pero demostraron cierto nivel intelectual y además dieron parte de su principal descubrimiento, hasta el punto de provocar el desplazamiento de personal “experto” en la materia, aunque comprobaremos que en aquellos años los estudios arqueológicos distaban mucho de los actuales. No obstante se levantaron los materiales encontrados y aunque no conocemos de la existencia de un estudio detallado y científico, sí nos quedó el testimonio material[9] y documental[10].

Como he comentado, tras la publicación de aquel trabajo quedó pendiente la visita al Arqueológico Nacional, de modo que nos emplazaban a 2011 ó 2012, cuando se supone estarían terminadas las obras. Durante el invierno de 2013 retomé el tema con la idea de que supusiera mi contribución al número 10 de Contraluz, así que busqué en mi archivo y envié un mensaje a mi contacto en el Museo. Reconozco que en principio temí que se frustrara de nuevo mi iniciativa debido al retraso de las obras, aunque finalmente me permitieron el acceso[12].

Eran demasiados años de dudas durante los que se habló en base a testimonios documentales que casi se perdían en la noche de los tiempos, así que no podía ir sólo, luego se hacía necesario que alguien con los conocimientos y la reputación necesaria me acompañara y ahí lo tuve claro desde el principio pues Ana Segovia Fernández, arqueóloga de profesión y amiga, es la única investigadora que se había atrevido –después de nuestros ilustrados- a profundizar en la prehistoria local, así que me puse en contacto con ella y quedamos en Madrid. Fue el 18 de junio de 2013 y a la visita también se apuntaron Concha Claros Bastante y Miguel Ángel Blanco de la Rubia, ambos arqueólogos y además, en el caso de Miguel Ángel, reconocido fotógrafo especializado en temas arqueológicos. De esta manera y casi sin proponérnoslo nos reunimos todo un equipo interdisciplinar idóneo para acometer la documentación de la colección como paso previo a su posterior difusión, algo que a tenor del material encontrado requerirá de un trabajo más amplio, por lo que el presente no es más que el relato de ese desenlace comprometido con la revista Contraluz.

… Consciente por tanto de lo que supuso aquella inquietud de nuestros pioneros “arqueólogos”; uno de los primeros casos documentados de hallazgos arqueológicos en la comarca y que, en buena medida se pueden conocer porque hoy forman parte de las colecciones del Museo Arqueológico Nacional. Pero antes me gustaría poner en antecedentes al lector con el objetivo de que valore la trascendencia del temprano descubrimiento de la colección Gámez Vera, para lo que se hace necesario situarnos en las coordenadas históricas del momento.

El hallazgo de piezas líticas de aparente factura humana originó durante la primera mitad del XIX especulaciones sobre la antigüedad de la especie humana. Hasta entonces las puntas de flecha, hachas talladas o pulimentadas habían sido considerados objetos “mágicos”[14]. No será hasta 1847 cuando Boucher de Perthes defienda esa antigüedad en una obra escrita que tituló “Antigüedades célticas y antediluvianas”, mientras que en 1859 Charles Darwin publica “El origen de las especies” y Lyell pronuncia el discurso determinante para la aceptación de la antigüedad humana. En España, el ingeniero de minas Casiano de Prado y Vallo se erige a partir de 1862 en el primer investigador cuyos trabajos se convierten en referente para los prehistoriadores. Por entonces la prehistoria se vinculaba con las Ciencias Naturales, por eso mismo se vendió nuestra colección al Museo de Ciencias Naturales, quedando al margen de la Arqueología que estaba más interesada en etapas históricas o protohistóricas, por lo que era considerada una disciplina englobada en los estudios de Letras. Antes de la Revolución de 1868 apenas tuvieron repercusión en nuestro país las teorías de Darwin pero a partir de entonces se comienzan a prodigar las enseñanzas evolucionistas por medio de la Institución Libre de Enseñanza, de manera que será a finales de la década de los ochenta cuando la Real Academia de la Historia acepte la Prehistoria, aunque el tradicionalismo católico continuó mediatizando su desarrollo hasta el punto que mientras en otros países europeos los descubrimientos del último tercio del XIX plantean interpretaciones por las que se sustituyen conceptos como “Precéltico” o “Antediluviano” por Prehistoria, en el caso de España ello no ocurrirá hasta varias décadas después. Sirva de ejemplo ilustrativo el tiempo transcurrido para que la comunidad científica internacional reconociera un hallazgo tan trascendental como las pinturas de Altamira, acaecido en 1879, una vez que el ambiente social y científico fue adecuado, lo que no sucedería hasta 1902.

En aquel marco nuestros paisanos exploradores descubren lo que a todas luces parece ser un enterramiento del Bronce, que incluye unos objetos cuya valoración por el jurado de la exposición provincial de 1878 refleja a las claras aquella mentalidad imperante. Previamente, en 1877, el año del hallazgo, la prensa nacional se hace eco de ello[15]:

En la provincia de Jaén, partido judicial de Huelma, término de Cabra del Santo Cristo existen muchas cavernas. Exploradas recientemente dos de ellas, han producido restos humanos y objetos prehistóricos, entre éstos dos puntas de flecha notabilísimas y un hacha pulimentada de pórfido. Dada cuenta del hallazgo a la sociedad Antropológica por el Sr. Vilanova, ocasionará probablemente una visita de personas peritas a la localidad con la mira de ampliar la exploración de tan interesantes recintos.

Desconozco si finalmente se desplazaron hasta Cabra algunos “peritos”, aunque la mención de Juan Vilanova y Piera denota la importancia que se dio al descubrimiento pues, pese a tratarse de un estudioso bastante conservador, defensor del paradigma creacionista y por tanto alineado con las tesis de la iglesia contrarias a las evolucionistas de Darwing, era por entonces la principal autoridad en lo relacionado con la prehistoria en España, no en vano entró en contacto con los principales investigadores europeos e impartió clases de prehistoria en el Ateneo de Madrid, única institución que por entonces lo hacía, ya que tras la Restauración se eliminó esta disciplina del sistema educativo[16]. Nos encontramos por tanto ante una ciencia prehistórica incipiente pero en ciernes, en la que ya quedó escrito el nombre de Cabra del Santo Cristo. Las vicisitudes por las que atravesó esta disciplina llevaron a aquella colección a recorrer diversos museos y hasta ahora nadie se había interesado por encontrarla, quizá por ello se hayan “mitificado” hasta el punto de poner en duda los testimonios documentales, algo que con la publicación de este trabajo estoy seguro que quedará reparado.

La lectura; transcurridos 135 años desde aquella exposición, aseverar que aquellos no eran objetos prehistóricos y relacionarlos con una familia “celtibérica” que murió atrapada en la cueva donde habitaban,  o que los metales los introdujeron los fenicios denota el escaso conocimiento prehistórico de entonces, aunque por el mero hecho del descubrimiento, la publicación de la noticia y la posterior exposición comprobamos que algo estaba cambiando, porque unas inquietas élites de intelectuales comenzaban a interesarse por la antigüedad del ser humano. Que este capítulo sucediera en un pequeño y recóndito pueblecito nos da una clara idea del nivel intelectual de algunos de aquellos vecinos.


[1] LÓPEZ RODRÍGUEZ, Ramón y PÉREZ ORTEGA, Manuel Urbano. Los Liberales, aquellos ilustrados del XIX que hicieron de Cabra del Santo Cristo un pueblo diferente. Revista Contraluz, nº 7. Agosto de 2010. Pp. 243-285.

[2] La revista don Lope de Sosa se hizo eco de aquella colección:

Aunque los restos humanos acusen una muy respetable antigüedad, que nunca podrá considerarse como prehistórica en el sentido absoluto de la palabra, porque el hombre prehistórico ni ha existido ni ha podido existir, toda vez que con los medios restos y herramientas silíceas, se encuentran otras de cobre y diversos utensilios, lo más que podemos darles es una antigüedad relativa, aun con respecto a los primeros pobladores de nuestra patria, o obstando a ello la aparición de instrumentos de piedra, pues el mismo Vogt, cree que estos estuvieron en uso por mucho tiempo después de hallarse propagados los del Bronce, cuya introducción en Europa, juzga Sven Nilsson, se debe, probablemente a la civilización fenicia. Por lo tanto, la galería explorada, se puede considerar, no como estación prehistórica, sino como albergue de una antigua familia, quizá celtibérica, la cual pereció en ella a consecuencia de un desprendimiento del terreno que obstruyó la entrada de la mencionada galería, según infiere, con razón, el expositor. Pero como la sección reconoce en dicho señor el mérito del coleccionista, a pesar de que exhibe los mencionados objetos sin opción a premio propone al jurado le otorgue carta de aprecio.

[3] La colección estaba compuesta de cinco cráneos y otros restos humanos, científicamente clasificados; algunos de animales domésticos, varias herramientas de piedra y de cobre, un candil para minas, y fragmentos de vasijas de barro, cuyos restos y objetos fueron descubiertos por el expositor, (don Francisco Alejandro Herrera) y otros exploradores en la galería de una gruta natural de la sierra de Cabra.

[4] Actas y Memorias de la Sociedad Españl. de Antropología …año 1924. vol. 3 Sesión XXIV CABRE AGUILO D.J. Comunicación 35. Museo Antropológico Nacional.

[5] Ese manuscrito lo cedió a la Asociación Cerdá y Rico su biznieta, doña Inmaculada Herrera Gámez y en las primeras páginas habla sobre la colección arqueológica que vendió al Estado, así como de unos enterramientos y un panteón que descubrieron en las cercanías del pueblo, concretamente en el haza de la Muela. Una síntesis de este manuscrito la publicó posteriormente José Caro Perales: CARO PERALES, José. Cabra del Santo Cristo, Apuntes para su historia. Don Lope de Sosa, nº 124; Jaén, abril de 1923. Pp. 115-120.

[6] Esos terrenos están muy próximos a la población, a menos de 1 km. Concretamente desde la loma que se extiende bajo el lugar conocido como “la Calera” hasta el barranco de la Sima.

[7] Lamentablemente la basa de columna ha desaparecido tras las obras de rehabilitación del edificio y todo pese a la carta enviada al Ayuntamiento por la Directiva de Acacyr antes del comienzo de las mismas en la que se advertía de la importancia de preservar este testimonio arqueológico. Afortunadamente se conservan algunas fotografías, las mismas que se aportaron para ilustrar la mencionada carta.

[8] ESPANTALEÓN MOLINA, Ramón. Revista Don Lope de Sosa, número 56, agosto de 1917.

[9] Estoy convencido de que gracias a la venta de estos materiales al Estado hemos podido conocerlos después de más de un siglo y todo pese a su periplo por diversos museos y a la “pérdida” de algunas de sus piezas como después tendremos ocasión de comprobar.

[10] Algunos descubrimientos fueron presentados a la exposición provincial en 1878 y posteriormente Fernando Gámez Vera dejó un documento inédito que en buena medida fue utilizado para publicar éstos y otros hallazgos en la revista don Lope de Sosa.

[11] SEGOVIA FERNÁNDEZ, Ana Mª. Introducción a la prehistoria de Cabra del Santo Cristo. Revista Sumuntán, nº  21. Pp. 115-127

[12] Quiero agradecer una vez más a Carmen Cacho Quesada, Directora del Departamento de Prehistoria del Museo Arqueológico Nacional, así como a Andrés Carretero Pérez, su Director, la atención y el excelente trato recibido, pues cuando volví a establecer contacto durante la primavera de 2013 la institución aún estaba cerrada y se trabajaba en las exposiciones. Aún así nos permitieron acceder a la colección, por lo que estoy convencido de que fuimos los primeros que entraron a las salas de investigadores del recién remozado museo.

[13] http://www.iaph.es/patrimonio-inmueble-andalucia/resumen.do?id=i3755

[14] Aún en nuestros días es corriente oír hablar de “piedras del rayo” cuando los agricultores encuentran algún objeto lítico pulimentado en lo que se ha interpretado ancestralmente como el testimonio del arma empleada por la naturaleza para fulminar a tantos afanados trabajadores de la tierra.

[15] La Academia: revista de cultura hispano portuguesa latino-Americana. Tomo I – 1877. Junio 3. Página 341.

[16] Ya hemos dicho que durante del sexenio revolucionario (1868-1874) la Prehistoria tuvo un importante desarrollo y por primera vez se incluyó en los planes educativos,  pero llegada la Restauración Borbónica se volvió a eliminar y no fue hasta finales de la década de los ochenta cuando volvió a impartirse su enseñanza en la Universidad, mientras tanto, en 1877 se produce el hallazgo de estos objetos en Cabra.


  • Cómo citar este documento
    López Rodríguez, R. Colección Gámez Vera. los inicios de la arqueología en la comarca de Mágina. Revista Contraluz, nº 10. Jaén, 2016. pp. 191-208. Extracto publicado en https://www.cabradelsantocristo.org/2018/10/14/la-coleccion-gamez-vera-referente-de-la-prehistoria-local/.

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