Un paseo por la arquitectura cabrileña

Hace algún tiempo que encontré un vídeo en la red con un sugerente título: «Cabra del Santo Cristo (Jaén), un paseo por su arquitectura». En sus poco más de tres minutos de duración, el autor recoge buena parte de lo que podría significar un catálogo de nuestros principales valores arquitectónicos. El vídeo finaliza con una panorámica del perfil de la localidad tomada desde las inmediaciones del Nacimiento con la clara intención de destacar el paisaje donde se inserta ese conjunto arquitectónico.

Supongo que esa será, más o menos la percepción que tendrán quienes visitan nuestra localidad por primera vez. Es probable que este turista que se aventura por conocer este recóndito lugar pueda sorprenderse al encontrar un casco urbano que atesora indiscutibles valores; desde los declarados Bienes de Interés Cultural como nuestra Iglesia-Santuario y el castillo, hasta el muestrario de edificios historicistas que se prodigan por nuestro centro histórico (casas de Cerdá, de los Olmedo y tantas otras), pasando por los ejemplos de nuestra arquitectura más tradicional, o por otros edificios de indiscutible valor patrimonial como la ermita del Sudor, la Misericordia y, especialmente la Casa Grande. Pero es que además, todo ello está inserto en una trama urbana renacentista que resulta muy atractiva, donde sus calles rectas se cortan a escuadra coincidiendo en una gran plaza y donde encontramos rincones que atesoran otros elementos urbanísticos de indiscutible valor histórico-artístico como la Cruz de Serón, o etnográfico, como el lavadero del Nacimiento.

El patrimonio se define como la memoria viva de la cultura de un pueblo, comprendiendo éste el patrimonio natural y cultural, tangible e intangible. Se puede decir que sin patrimonio se carece de señas de identidad, de ahí la importancia de protegerlo. Por tanto, los valores arquitectónicos forman parte de ese patrimonio heredado, aunque por su visibilidad podemos decir que se trata de un componente de alto impacto (para bien, o para mal), por eso hemos de estar alerta y procurar evitar caer en la autocomplacencia, pues son diversas las amenazas. Como las que afectan a nuestra arquitectura más tradicional, cuyo caserío se ha visto muy modificado externamente durante las últimas décadas, resultando numerosos los ejemplos de patologías que sería deseable evitar. El patrimonio es un recurso esencialmente no renovable, de ahí que en algunos casos el deterioro sea irreparable, pero en otros muchos aún estamos a tiempo de actuar.

Estamos hablando de una riqueza de enorme fragilidad cuyo reconocimiento ha de cimentar una gran sensibilización hacia su preservación, de ahí que una gestión inteligente pueda convertir el patrimonio en un elemento clave para una mayor cohesión social, económica, ambiental y cultural. Reconocernos en nuestro patrimonio afirma nuestra identidad y puede resultar un factor esencial para el desarrollo. Por eso, ante las dificultades para fijar población al territorio podemos encontrar aquí una excusa perfecta para explorar otras posibilidades que contribuyan a diversificar nuestra economía. Algunos pasos ya se han dado en esa dirección, aunque para evitar amenazas convendría plantearse si cabe adoptar medidas que garanticen esa preservación, de manera que si el resultado fuera satisfactorio, como poco habríamos ganado en autoestima, pero si además mejoramos nuestra calidad de vida, sin duda el esfuerzo habrá merecido la pena.

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