
Hace poco que dejó de funcionar la maquinaria del reloj que viene marcando el pulso de los cabrileños desde hace 130 años. El reloj de la fachada del Ayuntamiento. Una maquinaria que ha quedado como pieza de museo expuesta en el hall del Ayuntamiento y de alguna manera también como el testimonio material que nos recuerda a la persona que lo donó, Miguel Rodríguez Pajares (1831-1925), más conocido como “el tío Miguel Rodríguez”.
Si hay un personaje que forme parte de la historia local al ser recordado por la inmensa mayoría de cabrileños, ese es “el tío Miguel Rodríguez”. No obstante, bajo nuestro punto de vista su recuerdo está envuelto en un aura que lo mitifica, ya que no se conocen muchos datos fidedignos por no abordarse un estudio en profundidad sobre esta figura tan influyente en aquel pueblo de entresiglos, cuando la Restauración impuso unas formas por las que se vivió la política de una manera tan apasionada. Basta leer el artículo “Manojo de flores místicas…” de Manuel Amezcua Martínez donde se aborda un episodio sucedido en 1889 siendo alcalde Miguel Rodríguez que si bien puede parecernos cómico, en el fondo refleja a las claras cómo las jugaban aquellos cabrileños y hasta dónde podían llegar las tensiones provocadas por las luchas de poder.
Miguel Rodríguez fue uno de los terratenientes de Cabra que estuvo vinculado al ayuntamiento durante buena parte de su vida, bien como alcalde, bien como concejal. Perteneció a una estirpe que antes incluso de la emancipación de la villa en 1778 ya era de las familias más influyentes de la localidad, no en vano su contribución resultó clave para que Cabra se convirtiera en villa realenga. De esta manera numerosos Rodríguez alcanzaron la alcaldía, las escribanías y otros puestos de relevancia en el concejo, así que para no extendernos en demasía nombraremos sólo a algunos alcaldes como Alonso Rodríguez (1765), Francisco de los Reyes Rodríguez (1772), Matías V. Rodríguez (1778), Francisco Rodríguez Hermoso (1779), Ildefonso Rodríguez Contreras (1833 y 1844). Miguel Rodríguez Cabrera, quien fuera padre de Miguel Rodríguez Pajares aparece en las listas de 1845, mientras que Francisco Rodríguez Cabrera -hermano del anterior- alcanza la alcaldía en 1887, dando el testigo a su sobrino Miguel -nuestro personaje- en 1889. La prensa histórica recoge el nombre de Miguel Rodríguez Pajares como uno de los directivos del partido liberal en Cabra (1897) y como presidente del casino “El Liberal” en 1909.
Su madre era Mª Josefa Pajares, quien también formaba parte de aquella burguesía agrícola local, no en vano el patrimonio de Miguel se vio incrementado con fincas como “Hidalgo” que heredó por la línea materna. Se dice que en este cortijo estuvo durante algún tiempo instalado el reloj del Ayuntamiento. Vivió en la calle Horno Bajo nº 1, donde parece ser que sufrió un sonado robo. Se dedicó principalmente a la ganadería y a la agricultura, aunque también fue exportador de esparto y de aceite, ya que era propietario de un molino que estuvo justo en la esquina opuesta de su casa, dando fachada a las calles Antolinos y Parras a cuyo muro estuvo adosada la popular fuente del Chorrillo. Fue demolido durante la pasada década de los ochenta.

Pero, como hemos dicho, al tío Miguel Rodríguez lo recuerda el imaginario colectivo por algunas de las anécdotas que protagonizó a lo largo de su vida. Como aquella que le sucedió durante un viaje a Madrid, cuando entró en uno de sus famosos cafés del centro y nadie lo atendía. Hemos de advertir que sus usos en el vestir no se adecuaban a los de aquella burguesía urbana, sino que, digamos que eran más parecidos a los de un ganadero de provincias. Después de un buen rato esperando en una mesa lo atendió un niño que trabajaba como aprendiz, premiándolo nuestro personaje con una generosa propina, un duro de plata de la época. A partir de ese momento, cada vez que volvía al café todos los camareros lo querían atender, pero el tío Miguel Rodríguez, fiel a aquel muchacho nunca permitió que lo atendiera otro camarero.
Solterón empedernido, a buen seguro que fue objeto de deseo de alguna familia con hijas casaderas, aunque no parece que él tuviera ningún interés en cambiar de estado. Fuera por esto, o simplemente porque era uno de aquellos hombres principales con los que había que llevarse bien, el acervo popular aún recuerda “la visita del tío Miguel Rodríguez”, pues era invitado frecuentemente a las casas de muchos cabrileños, haciéndose de rogar con un “no te preocupes, que ya iré…”. Pero cuando la visita se producía, resultaba frecuente que la velada se alargara hasta altas horas de la madrugada, de ahí que aún se mantenga el dicho “has hecho la visita del tío Miguel Rodríguez” cuando unos invitados demoran su marcha, o utilizando cierta sorna para justo lo contrario.
Pero si hay un dicho popular en Cabra, ese es “borrego fuera… duro a la montera”, una expresión que se le adjudica porque según se dice era analfabeto, de manera que cuando cerraba un trato de venta de ganado nunca permitía multiplicar el número de reses por el precio, sino que era él mismo quien las iba seleccionando y apartando del rebaño una a una mientras el comprador tenía que pagar por cada borrego que era apartado. De esta manera resultaba imposible que se perdiera alguna res en la operación, lo que deja a las claras que seguramente sería más desconfiado que analfabeto.
De esta manera concluimos este breve repaso a lo que conocemos sobre este personaje que el imaginario colectivo aún recuerda como un hacendado analfabeto, hecho que descartamos, pues pensamos que ello no es posible si consideramos la actividad política que desarrolló, los cargos que ostentó y por el mero hecho de administrar tan importante patrimonio. Otra cosa es que no tuviera estudios superiores como algunos personajes coetáneos de vasta formación con los que compartió espacio vital. Estaríamos por tanto ante un perfil un tanto “populista” muy habilidoso en lo social, que se ganó al pueblo llano en aquella sociedad caciquil y que es recordado por algunas anécdotas que a buen seguro contó en animadas tertulias en las que a menudo soltaría piadosas mentiras que al final le ayudarían a perpetuarse en la memoria de las gentes de su pueblo.

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