Una casa para la fotografía

Una vez finalizada la exposición «Una casa para la fotografía, imágenes de la vida cotidiana en la casa de Cerdá y Rico» organizada por la Asociación Cerdá y Rico creo que merece la pena publicar un post de su catálogo por varios motivos. Primero porque a estas alturas nadie pone en duda el valor patrimonial de la obra de Cerdá y Rico, algo que en buena medida es el resultado de un ejercicio pedagógico en el que colectivos como Acacyr han tenido mucho que ver. Desde la Administración se han tomado iniciativas fundamentales para la puesta en valor de este patrimonio, como la compra y posterior rehabilitación de la que fuera su casa, lo que supone una contundente razón de su inequívoco compromiso. Pero hemos de tener presente que el entorno local resulta fundamental para esa puesta en valor y que de nada serviría tal esfuerzo si ese entorno más cercano no lo valora, así que por mucho dinero que se invierta, si la población no se identifica con ello estaremos condenados al fracaso, luego resulta fundamental continuar fortaleciendo esa conciencia colectiva para que el pueblo se vuelque con “su” patrimonio.

La casa de Cerdá ha acogido por primera vez una exposición monográfica sobre la obra del que considero principal referente cultural de Cabra del Santo Cristo. Un artista que trasciende lo local y una obra que aparte de su indiscutible valor artístico hace tiempo que se convirtió en una de las fuentes historiográficas más recurridas, al menos en el ámbito regional, para ahondar en el conocimiento de aquella sociedad a caballo entre los siglos XIX y XX. Resultaba obligado por tanto que esta primera muestra se centrara en esa casa e intentara explicar a la ciudadanía los motivos por los que este edificio atiende a unos determinados cánones arquitectónicos y porqué su morfología lo hace único. Pero además se ha incidido en la vida cotidiana de sus primeros moradores, mostrando esa cara más humana e intentando con ello recuperar de alguna manera esa “alma” que los visitantes actuales no pueden ver.

La mayor parte de las fotos de esta muestra son conocidas, incluso algunas forman parte de los contenidos expositivos fijos de la casa, pero las hemos articulado para construir un relato por el que el visitante se acerque al tiempo en que Cerdá habitó este espacio. Esta casa se concibió como un espacio para vivir, pero también para crear y ello debe ser transmitido de la manera más didáctica posible. Un edificio que, no lo olvidemos, se erigió pensando en la fotografía, luego resulta fundamental que el visitante comience por entender lo que significó su construcción, al margen de que se le pueda dotar de otros medios interpretativos que lo acerquen a este arte, o que se programe cualquier otra actividad cultural. Por ello ideamos una muestra en la que el texto juega un papel complementario, pero fundamental para comprender cosas como que esa distribución obedece a una obsesiva búsqueda de la luz, o que esos caracteres arquitectónicos marcaron un antes y un después en la estética urbana de la población, algo fundamental para entender la morfología urbanística de las calles más céntricas de Cabra.

LA CONSTRUCCIÓN…

En 1898, Cerdá decide construir una casa ideándola como una simbiosis de cómoda vivienda y estudio-laboratorio fotográfico.

Tomó como modelo el regionalismo sevillano y para la construcción se trasladaron a Cabra unos albañiles de Andújar, con el maestro de obras Madueño al frente, especializados en construir bóvedas de ladrillo sin ayuda de cerchas y en la colocación de azulejos.

Como es lógico, Arturo Cerdá realizó un reportaje gráfico del proceso de derribo de los edificios previos y de las fases constructivas de la nueva vivienda.

Arturo Cerdá y Rico, tras la construcción de su casa acaecida en 1900, provocó un cambio radical en la edilicia de las calles más céntricas de Cabra, lo que se puede comprobar en estas tres fotos donde se aprecia el proceso por el que las edificaciones colindantes copian los caracteres arquitectónicos empleados en su casa. Un proceso que se produce en apenas cuatro años.

De fuerte acento clasicista, esta casa inspirada en otra del sevillano barrio de Triana perteneciente a la familia Mensaque, combina en su exterior la cantería y el ladrillo, dando como resultado una elegante fachada principal.

Durante la Semana Santa de 1898 Arturo Cerdá visita Sevilla y es allí donde conoce la casa que le serviría de modelo para la suya. Situada en Triana, pertenecía a la familia Mensaque.

En su interior, se organizan las habitaciones en torno a un patio cerrado con una montera de cristal y con un entresuelo del mismo material, con lo que se permite que la luz cenital llegue a la planta baja. Contaba, hasta su profunda intervención, con un amplio muestrario de cerámica sevillana, de la casa Ramos Rejano, cuyo dibujo, distinto según los diferentes paños como suele ser habitual en tantos edificios sevillanos, sirvió en numerosas ocasiones de fondo para los muchos bodegones que realizó. Esta casa también fue la primera en la que se instaló agua corriente, de ahí que hubiera dos surtidores, uno en cada planta. Cuenta con una airosa escalera y también fue la primera casa de Cabra en emplear el acero en su construcción.

EL ESPACIO PARA CREAR…

Arturo Cerdá en el cuarto de los retratos. Foto: Arturo Cerdá y Rico

Pero el “sancta santorum” de la casa de Cerdá era el amplio cuarto para el revelado fotográfico y obtención de copias y ampliaciones; esta habitación-laboratorio disponía de tres grandes cristaleras redondas, cada una provista de un sólo cristal -rojo, verde y transparente, respectivamente- que podían igualmente cerrarse cada uno en toda o parte de su superficie, según el proceso fotográfico a desarrollar en cada momento -el propio Cerdá decía que su casa era un gran artilugio para ampliar fotografías, pues por entonces tales ampliaciones se realizaban exclusivamente utilizando la luz solar-.

UN ESPACIO PARA EL ESTUDIO…

Apenas dos años ejerció Arturo Cerdá su profesión en esta casa, pues una vez que fallece su esposa en 1902 decide repartir las propiedades entre sus hijos a cambio de una pensión suficiente para dedicarse a su gran pasión, la fotografía.

La biblioteca fue el lugar donde, hasta 1902 recibía a sus pacientes y donde, a partir de ese momento se entregó a la lectura y al estudio, entre otras cosas de las últimas innovaciones relacionadas con las técnicas fotográficas y donde redactaba las cartas que se intercambiaba con numerosos intelectuales y artistas coetáneos.

… Y PARA EL ESPARCIMIENTO…

“…En el retiro de su casa, llena de encanto, pasó los últimos años de su vida. Endulzaron éstos y calmaron los dolores de sus achaques los cuidados de sus hijos, la deliciosa infantil  compañía de sus nietos y el amor a su obra de artista de la fotografía, acaso la más grande de España, y… tal vez la más desconocida por la modestia de su provinciano  vivir, huyendo del mundanal ruido. Cerdá y Rico, que retrató a todos y a todo, tenía en sus últimas horas el capricho de retratar y retratarse con los pequeñuelos…”

EL PATIO DE ABAJO

Desde el bello zaguán de entrada, entramos en el patio de abajo cruzando el arco de forja que contiene la fecha de finalización de la casa (1900). Paños de cerámica y estucos que dan paso a un espacio más amplio delimitado por un arco rebajado apoyado sobre unos artísticos pilares de acero.

La luz cenital posibilita la obtención de fotografías como ésta, donde Arturo Cerdá goza de la presencia de sus hijos en lo que parece una agradable tertulia. Una distendida composición que nos traslada una armónica relación familiar, en un espacio que sin duda contribuye a la relación sosegada.

El carácter burgués y el alma de artista de Arturo Cerdá y Rico se refleja en su vasta cultura y en su afán por “cultivar”  a los suyos.

La música siempre formó parte de esta casa, donde nunca faltó un piano, ni nadie que lo tocara. Es el caso de Pura, la única hija del doctor Cerdá, quien viajó con frecuencia a Monóvar, donde pasó largas temporadas tomando clases de canto.

Es este patio de abajo un espacio con una excelente acústica donde la música crea una atmósfera especial que casi podemos experimentar con la mera contemplación de algunas fotografías.

Más escenas cotidianas en el patio de abajo. En este caso durante una tarde de verano, con una toma en la que se aprecian dos cantaritos de cerámica colgados convenientemente para que la corriente refrescara el agua que contenían.

Pura toca el piano mientras Saturnino la escucha sentado a su lado y Telesforo baja la escalera.

Los hermanos Telesforo y Pura Cerdá posan en una composición donde forman una diagonal, mientras que la luz, más intensa a medida que nos acercamos al tercio superior-izquierdo, confiere profundidad a la imagen. Ese contraste se acentúa con el color de las ropas, traje oscuro el de Telesforo, que posa en la zona menos iluminada y claro en el caso de Pura, a quien se le ilumina además buena parte del rostro, mientras mantiene abierto un libro, algo muy habitual en las composiciones de Cerdá, lo que denota el nivel cultural de la familia.

LA SALITA (JUNTO AL CIERRE)

Sala de estar que había junto al cierre en la primera planta. Foto: Arturo Cerdá y Rico

La relación de amistad que Arturo Cerdá mantuvo con Ramón y Cajal seguro que influyó para que el de Cabra se adentrara en la fotografía en color, de tal forma que hay autocromas fechadas antes de 1910. En palabras de Emilio Lara, “la comunicación epistolar entre ambos médicos, así como el intercambio de fotos que practicaban, nos indica que Cerdá y Rico no sólo estaba al tanto de los últimos avances fotográficos, sino que hubo un trasvase estético y conceptual entre los dos operadores aficionados”.

Un acogedor espacio donde la mesa camilla, centrada bajo la lámpara, aloja una composición que demuestra el conocimiento que Cerdá tenía de la historia del arte. En este lugar abierto a la calle por un hermoso balcón con cierre podía jugar con la luz que ilumina un libro abierto y una bandeja con una jarra y dos vasos de agua junto a un fino jarrón, también de cristal, donde dos rosas y unas lilas dan el contrapunto de color al resto de los objetos. La luz tenue apenas permite advertir las librerías que jalonan la puerta, que con ambas hojas abiertas permite que el arco de acceso al patio de arriba enmarque perfectamente la composición, dejando la lámpara justo en el centro y alcanzando una maravillosa profundidad donde, cómo no, el manejo de la luz resulta fundamental para alcanzar un resultado de esta categoría artística.

EL COMEDOR

El comedor es el espacio de reunión por antonomasia. Comidas en familia que daban paso a amenas sobremesas que, de vez en cuando terminaban con la música de una pianola, mientras el fuego del hogar contribuía a crear ese ambiente acogedor que caracterizaba las tardes de los domingos invernales.

En la pared que daba al patio de cristales hubo un lavamanos, por lo que esta casa pasaría a la historia del urbanismo local por ser la primera en tener agua corriente.

El gran espejo situado sobre la chimenea fue utilizado con frecuencia en las composiciones fotográficas de Cerdá para autorretratarse delante de la familia, reflejada en éste.

EL PATIO DE CRISTALES

Como era habitual en las casas andaluzas se utilizaba la planta baja, más fresca, para el verano, mientras que la planta alta se habitaba en invierno, pero se da el caso que en esta casa el patio de cristales es además un auténtico solárium idóneo para pasar los soleados días invernales y para suavizar la temperatura de las estancias anexas, algo que se aprecia en estas fotografías donde se observan sosegadas charlas al sol y momentos de atención a la música.

Música que en este caso interpreta Saturnino Cerdá, uno de los hijos de Arturo que llegó a ser alcalde de Monóvar y en cuyo honor se rotuló una calle, dato éste que dice mucho sobre el buen hacer de este cabrileño que rigió los destinos del pueblo de su padre.

Este patio de cristales posiblemente sea el espacio más fotografiado de la casa, donde destaca ese arco de entrada que daba acceso desde el desembarco de la escalera y que tanto se asemeja al califal cordobés, tan utilizado en la arquitectura regionalista andaluza. Cerdá posa bajo ese arco con una bandeja de revelado en sus manos.

En estas tres fotografías se incluye un autorretrato y dos escenas familiares, la primera, de Pura besando a su sobrino Arturo. La segunda es una foto de la boda de Julio y de Pura, que viste para la ocasión un traje de novia negro, pues era la costumbre vestir de luto cuando algún familiar cercano había fallecido, caso de su madre, quien murió en 1902.

Cerdá y sus nietos. Foto: Arturo Cerdá y Rico

Cercano el crepúsculo vital, Arturo Cerdá se refugia en su casa y se rodea de los suyos, siendo muy habituales las fotografías en las que posa junto a sus nietos.

Fueron años en los que se empleó componiendo maravillosas series de niños disfrazados e interpretando divertidas escenas propias de mayores. También experimentó con las autocromas, creando bellas naturalezas muertas como tendremos ocasión de comprobar.

Las flores recogidas en el huerto de la Virgencica eran cuidadosamente seleccionadas para formar ramos y centros que adornaban la casa, convirtiéndose con frecuencia en motivos  fotografiados por el artista.

Uno de los lugares predilectos para colocar estas naturalezas muertas fueron las repisas situadas en las esquinas del patio de cristales, una de las cuales apreciamos en la segunda de las fotos de éste panel.

Pero lo que muy pocos saben es que el sentido de estas repisas era preventivo, porque justo debajo existían unas trampillas en el suelo de cristal para, abriéndolas o cerrándolas controlar la humedad producida por la condensación. Resulta lógico pensar que si no existieran esas repisas podrían producirse accidentes al quedar libre un hueco en el suelo.

Sin lugar a dudas, los últimos años de Arturo Cerdá y Rico continuaron siendo muy creativos, dejándonos algunas de sus fotografías más conocidas.

Las jóvenes dedicadas al servicio doméstico también aparecen frecuentemente fotografiadas, como en estas simpáticas composiciones en las que se disputan el estereoscopio, que es un mueble de madera con visores ópticos para visionar cristales fotográficos –estereoscopias– que al tener dos imágenes que simulan la visión ocular por estar tomadas desde dos puntos de vista poco separados entre sí, puestas una al lado de otra y miradas cada una con un ojo, da la sensación de relieve.

En la tercera foto vemos una composición de la que forman parte las tres hijas de Tremedad Pugnaire (familia muy cercana) con instrumentos musicales y ataviadas con batas, mantones de manila y recogidos que recuerdan a los de las falleras. Se trata de una bella imagen costumbrista, de las muchas que hizo nuestro maestro de la fotografía.

Entregado a su gran pasión y rodeado de los suyos, Arturo Cerdá se retrata en innumerables ocasiones con sus adorados nietos.

Los duros inviernos de Cabrilla y este acogedor patio de cristales fueron escenario de muchos momentos de disfrute de la vida familiar…

De las series protagonizadas por sus nietos, las de Alejandra y Arturo resultan especialmente simpáticas si atendemos a las dotes interpretativas y el desparpajo que muestran nuestros infantes actores-modelos…

Ya se ha hablado sobre una de las funciones, no la principal, de las repisas situadas en las esquinas del patio de cristales y esta imagen es un bello ejemplo. Primero, por el gusto en la composición del bodegón y segundo, por la maestría en el tratamiento de la imagen en un momento en el que la fotografía en color acababa de nacer.

Hermosa autocroma de un bodegón sobre una de las repisas del patio de cristales. Foto: Arturo Cerdá y Rico

Las ventanas que daban al patio de cristales, a menudo fueron escenario para el retrato y en algunos casos de personajes ilustres que visitaron este templo de la fotografía, es el caso del universal pintor levantino Joaquín Sorolla, quien aparece en la imagen central retratado en barroca composición.

Era en el patio de cristales donde Cerdá exponía sus últimas obras, creando una galería que le confería aspecto de museo a esta parte de la casa. Una exposición que fue muy apreciada por personajes como los de las imágenes del lateral del panel. Se trata de “los chiflados de Jaén” como Cerdá llamó a Eduardo Arroyo, Ramón Espantaleón y Manuel Alcázar, quienes pasaron unos días inolvidables en Cabra practicando y cambiando impresiones sobre fotografía con su apreciado maestro.

LA COCINA

En torno al hogar de su característica chimenea posa la familia en la cocina, otro de los espacios tantas veces fotografiado. Pero eran ellas quienes lo ocupaban habitualmente. Casi nunca ociosas… ya fuera cocinando, planchando, o preparando las generosas viandas del cerdo durante aquellos laboriosos días de matanza. La cocina ocupaba una superficie importante de la casa que más o menos se corresponde con la sala donde nos encontramos.

Alacenas con vasares cargados con la vajilla, almireces y cobres decorando las paredes. Velones, candiles… y los lebrillos de la cerámica de Fajalauza tan típica de la capital granadina. De los alfares albaicineros como Cerdá se encargo de explicar por medio de una carta a Sorolla, quien estaba convencido que Fajalauza era una población.

EL PATIO EXTERIOR

Entre los habituales personajes fotografiados por Cerdá se incluye el tío Botija, quien se caracterizaba por vestir con frecuencia a la antigua usanza. Ello no podía escapar al ojo inquieto de nuestro fotógrafo, así que son varias las fotografías en las que posa junto a su mujer vestido con sus mejores galas. Todo un documento etnográfico que hoy en día constituye un testimonio vivo muy utilizado por los investigadores de nuestro folclore, en lo que se refiere al traje regional.

La sombra de la parra las cobija del sol castigador de los primeros días  del estío. Luces y sombras en contraste con la luz cegadora del sol del medio día proyectado sobre la pared encalada que apenas nos permiten reconocer a nuestras protagonistas.

Dos mujeres, una adulta peinando a otra joven recién aseada mientras se mira en el espejo en una escena cotidiana, pero de una estética atroz…

Un buen ejemplo del Cerdá más pictorialista. Foto: Arturo Cerdá y Rico

Todo un derroche de costumbrismo el de esta imagen, digna muestra del Cerdá más pictorialista.

EL LAVADERO

El servicio doméstico contaba con dos jóvenes que, más que ser apreciadas formaban parte de la familia. Eran Carmen y Ana María, la primera de “Cabrilla” y la segunda de “la Moralea”. Ya hemos tenido ocasión de verlas posar “disputándose” el taxiphote, también llamado estereoscopio, en el patio de cristales y ahora las observamos inmersas en la faena cotidiana. En esa enorme pila de lavar de piedra, de una sola pieza que encontramos a la entrada del corral.

Si las dos imágenes son bellas, la autocroma destaca por incluir a una niña en la composición. Una escena que nos traslada al tiempo en el que las niñas aprendían jugando las labores que entonces se asignaban a su género…

EL CORRAL

El corral era el lugar donde se regaban aquellas macetas; “pilistras” y palmitos en su mayoría que, de vez en cuando abandonaban sus nobles rincones en el interior para, dispuestas en el centro del corral recibir su merecido premio… la vivificadora lluvia emanada del regador que Pura les vierte.

Gallinas, conejos, pavos y marranos…animales domésticos que proporcionaban parte del sustento familiar sustanciando los guisos de los días grandes… San Miguel, Nochebuena… y entre medias San Martín, cuando se iniciaba el tiempo de la matanza.

LLEGÓ LA MATANZA

Anunciado el frío, por San Martín, o por San Andrés, se hacía preciso preparar “el testamento” para condimentar las generosas viandas que el cerdo proporcionaba.

Familiares y amigos cercanos convenientemente invitados acompañaban a las matanceras y al insustituible matarife, que tras el sacrificio y pelado colgaba al cerdo del camal para que el sereno de la noche enfriara las carnes antes de iniciar su descuartizado.

Mientras tanto se preparaba la morcilla, que como todo el mundo sabe, cuando aún está sin embutir, en Cabrilla se le llama “condumio”.

Luego comenzaba la frenética actividad para preparar los distintos productos, en lo que era una auténtica fiesta culinaria.

Fiesta culinaria en la que se repetían determinados ritos, como las tradicionales ofrendas de productos elaborados a familiares, vecinos y mujeres que participaron en los trabajos. O el olor a matalahúga quemada en aquellos cigarros que se permitía que fumasen los niños.

Lavadas las tripas en las aguas del Nacimiento o de la Fuentezuela llegaba el momento del embutido. Morcillas colgadas en la cocina en una foto de impactante efecto 3D al visionar la estereoscopia. El chorizo recién embutido se colocaba ordenadamente sobre la mesa donde se pinchaba antes de meterlo en el tabaque para llevarlo a colgar. Salchichón, butifarra y otras delicias salieron de esta cocina gracias al buen hacer de aquellas mujeres… un eslabón de la cadena, posiblemente el primero en dejar testimonio gráfico, de este ancestral ritual de la matanza que aprendieron de sus mayores y que tan bien supieron transmitirnos a las generaciones posteriores…

LA ÚLTIMA FOTOGRAFÍA

Septiembre de 1921.- Joaquín Cerdá Vera de niño. Foto: Arturo Cerdá y Rico

Septiembre de 1920. Un niño rubio vestido de blanco en una forzada pose contrasta con el fondo oscuro, casi tenebroso… una foto que se podría interpretar como la resignada aceptación del irremediable relevo que se producirá tras una intensa vida de dedicación a los suyos y a su gran pasión, la fotografía… con la tranquilidad de espíritu que da el deber cumplido, Cerdá y Rico muere en esta casa en febrero de 1921.

El niño es Joaquín Cerdá Vera, el nieto que, convencido de la calidad artística y del valor etnográfico de la obra de su abuelo comenzó a difundirla, pues tenía muy claro que era algo que terminaría escapando del ámbito familiar para convertirse en patrimonio común. Un patrimonio que llegado el siglo XXI se terminaría convirtiendo en uno de los principales valores culturales de un pueblo que está orgulloso de ello y que es reconocido mucho más allá de las montañas y de los ásperos paisajes que lo rodean…

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