La Estación de Huesa: crónica de una “Edad Dorada”


Ese territorio diferenciado en lo que al paisaje se refiere que se extiende al sureste de Mágina cuenta con numerosos montes públicos; Sierra Cruzada, Jaralejos, Peña Lisa, Arroyo Santo, Altarillas, Ceacejo, El Chantre, Los Romerales, o Las Cumbres, en el término municipal de Cabra; los Pinares, en el de Jódar, y la Sierra de Larva. Pero por su magnitud destacan sobremanera las Dehesas del Guadiana, en el término municipal de Quesada, un territorio de infausto recuerdo por el salvaje incendio que sufrió en julio de 2015 en el que quedaron calcinadas casi 11.000 hectáreas.

Capachos tendidos al sol. Úbeda, Fábrica de capachos de Ricardo Sola (foto de Guillermo Rojas Sola)

Es a comienzos de la década de los treinta cuando llega a la estación de Huesa otro industrial que cambiará el paisaje de este pequeño poblado, se trata del ubetense Ricardo Sola Rus, quien era propietario de una fábrica que estuvo operativa hasta mediada la década de los sesenta. Esta industria estaba en Úbeda, en las inmediaciones de la actual avenida de Linares con la calle Granada y contaba con más de un centenar de trabajadores. La necesidad de aprovisionar la materia prima para sus manufacturas le llevó a comprar la producción del monte público Dehesas del Guadiana, en el término municipal de Quesada, justo en el límite con el término municipal de Cabra del Santo Cristo. La cercanía de la estación de Huesa a estos montes públicos y la ventaja de contar con una infraestructura de primer orden que facilitaría el transporte seguro que influyó para instalar aquí esta “base logística” donde se compraba el esparto y se cargaba en trenes para su transporte hasta la estación de Jódar[1]. Así, en 1933 construye una casa que servirá para vivienda del encargado y oficina en la planta baja y vivienda familiar en la alta. Una vivienda de caracteres muy parecidos a las que por entonces se construían en el centro de Cabra, una vez que Cerdá y Rico puso de moda el historicismo, salvo con algunas particularidades, como una gran terraza que recoge las aguas de lluvia para almacenarlas en un gran aljibe subterráneo[2], coronada por otra pequeña terraza que a modo de una torre-vigía domina todo el territorio circundante, luego resulta un perfecto “mirador”, a medio camino entre Mágina y Cazorla, donde se juntan las lindes de las dos sierras hermanas[3].

Este poblado lo podemos dividir en dos partes; la zona aledaña a la estación de ferrocarril y una especie de barrio troglodita situado en el cercano barranco de Las Monjas, a escasos quinientos metros de la estación. En la primera está la mencionada casa, desde donde se extienden longitudinalmente, primero las cuadras que albergaron a las treinta caballerías que se empleaban en la recogida del esparto y después los almacenes, junto a los que se extendía una amplia superficie cuadrangular delimitada al Este por el Camino Real, que se utilizaba para el extendido y secado del esparto, la cual estaba en ladera, por lo que se aprovechó la zona más alta para instalar la garita del vigilante, todo un testimonio digno de preservar por su monumentalidad, ya que se trata de una réplica a menor escala de la sevillana Torre del Oro. El resto del poblado en esta zona lo componen una hilada de viviendas paralelas a los almacenes, hoy arruinadas que en su día construyó Ricardo Sola para alquilar a los recogedores, así como otras viviendas particulares que junto a la propia edificación de la estación férrea completaban el núcleo “urbano”, donde, para hacernos una idea del volumen demográfico llegaron a existir tres cantinas y dos panaderías.

En 1953, los vecinos de la Estación de Huesa le solicitan a Arturo del Moral (entonces alcalde) la construcción de una Ermita-Escuela. El solar fue cedido por particulares (seguramente Ricardo Sola), el Ayuntamiento aportó 5.000 pesetas y los vecinos aportaron la mano de obra, así se construyó la capilla-escuela y la primera casa del maestro. En el año 1955 se compra un nuevo solar para la construcción de nuevas escuelas, concretamente dos muy parecidas a las que por entonces se construyeron también en Cabra. También se construye una escuela en la Estación de Cabra y vivienda para el maestro[4].

También se construyó a comienzos de los sesenta un núcleo de veinte viviendas sociales promovidas por el Estado.

Pero hay algo muy peculiar en este poblado, su barrio troglodita, cuya construcción comenzó en 1940 por iniciativa de Ricardo Sola, quien alarmado por las dramáticas circunstancias de tantos como acudían a este enclave en busca de sustento intentó mitigar sus penurias. Era una vida tan complicada que resultaba habitual ver a aquellos recogedores dormir al raso en las inmediaciones del lugar donde se pesaba el esparto, produciéndose a menudo tensas situaciones que en ocasiones llegaron a alterar muy seriamente el orden público. Era durante la postguerra cuando el hambre se cebó especialmente con los más débiles, así que poco tenían que perder, pues era puro instinto de supervivencia. De esta manera, Ricardo contó con un “cuevero” de Guadix para la construcción de estas veintisiete cuevas, todas con una distribución muy parecida; dos habitaciones y un estar donde había un hogar que se utilizaba para cocinar. La ladera horadada tiene una orientación Sur, lo que proporciona luz y calor durante las horas de sol y las protege de los vientos fríos del Norte[5], luego resulta una orientación idónea para que aquellos pobladores realizaran tareas a las puertas de sus cuevas, o simplemente pasaran sus ratos de asueto, especialmente en un amplio espacio que a modo de plaza ocupa el centro de este peculiar barrio troglodita. En 1942 se construye una mina de agua y unas balsas en el barranco de Las Monjas, justo debajo de las cuevas, de manera que una vez pesado el esparto se transportaba hasta aquí para su cocido.

Después de cocido el esparto se volvería a cargar en carros para llevarlo a la explanada anexa a los almacenes (Torre del Oro), donde se extendían las manadas para su secado. Una vez seco se almacenaba a la espera de contar con un convoy, momento en el que los vagones ocupaban la vía junto al muelle, donde un gálibo metálico medía el volumen máximo de la carga. No resulta difícil imaginar las colas de recogedores en la zona de pesado y a las puertas de la oficina para el cobro, el trasiego de carros en varias direcciones, los operarios cargando vagones… o a aquellos niños jugando por las veredas junto a los precipicios del barranco de Las Monjas mientras sus padres confeccionaban pleita a las puertas de la cueva, en un espacio donde el intenso olor a esparto cocido formaría parte del paisaje.

No sólo se recogía el esparto de los montes públicos cercanos, sino que se sembraba en las inmediaciones de las cuevas o del cortijo de Las Monjas y en la zona conocida como Rompetiendas, limítrofe por el Norte con el monte público de Los Romerales. Muchas de estas zonas aún mantienen vigorosas atochas de esparto cuya alineación denota la intervención humana.

Este trabajo de campo no podría haberlo llevado a cabo sin el concurso y la ayuda del actual propietario, Guillermo Rojas Sola (nieto de Ricardo Sola) y de Javier Berbel Silva, quien me puso en contacto con él. De manera que el pasado mes de agosto quedamos para conocer la zona y fue durante la visita a las cuevas cuando casualmente coincidimos con Tomás Ogayar Moreno, de ochenta y nueve años de edad, quien nos contó que venía de Alcoy y que aprovechaba las vacaciones de su hijo para visitar la zona, pues había vivido en estas cuevas. Guillermo me había pasado la última relación de inquilinos y comprobé que efectivamente aparecía Tomás, así que le pregunté si recordaba hasta cuándo vivió allí y me contestó que hacía más de cuarenta años que se marchó. Miré la lista y le dije que según esa relación, él había salido de allí en septiembre de 1968, luego hacía cincuenta y un años exactamente. Sus ojos se humedecieron y en seguida noté su disposición a hablar, así que durante un rato me explicó cómo era la vida en aquel lugar.

Tomás nació en la estación de Huesa en 1930, pero su padre era de Huesa y su madre de Cuevas del Campo[6]. Lamentablemente no puedo extenderme en exceso, pero entre los testimonios de Tomás considero que algunos ilustran a la perfección aquella época; “don Ricardo ya había dejado de comprar esparto porque aquello decayó mucho cuando yo me fui, pero había quitado mucha hambre…”. Una zona tan árida los obligaba a hacer varios kilómetros para buscar agua potable en Fuenteamores o Pozoblanco, cuando había tanta gente que resultaba insuficiente el abastecimiento con el aljibe de la casa de Sola, porque el agua de la mina era salobre, no obstante “ los animales la bebían y, cuando la sed apretaba… no estaba tan mala…”. Ricardo Sola dejó de comprar el esparto en 1965, aunque continuaron comprándolo otros industriales de Cabra, datos que corroboran los testimonios de Tomás, a quien pregunté sobre los últimos pobladores de las cuevas y su respuesta fue, que en la época que él se fue a Alcoy “muchos de los que vivían en las cuevas se habían mudado a las casas nuevas y otros se fueron (emigraron)… creo que los últimos que se fueron de las cuevas fueron los Tilines… y el tío Chorrines”. De lo que me dijo deduzco que a comienzos de la década de los setenta apenas quedarían cuevas habitadas, dedicándose a partir de entonces a alojar animales domésticos. Preguntado sobre las actividades que realizaban respondió que “comenzábamos con el esparto en verano, cuando terminaba la siega y estábamos hasta cerca de la pascua… luego, a la aceituna y en ocasiones trabajábamos para el Estado en campañas de repoblación o en la madera, cortando pinos para las traviesas de la vía… echábamos jornales en las fincas de la zona, con los Ortegas, Juan Medina, los Herreras…en febrero quitábamos la hierba al trigo, en la primavera cavábamos olivas y si la cosa venía mal cogíamos cargas de leña para venderla, o nos íbamos a Motril a la recogida de la caña… hasta que llegaba otra vez la siega…”. También nos habló de otras actividades, pues en la Estación de Huesa hubo un horno de yeso y los trenes, además de esparto y madera se cargaban con yeso. También se cargaba fruta procedente de los cercanos pueblos de Granada. Impagables los testimonios de Tomás porque nos acercan a la cotidianidad de aquellas gentes que a base de trabajo llenaron de vida durante varias décadas este amplio territorio que hoy es un auténtico desierto demográfico.

Para citar este documento: LÓPEZ RODRIGUEZ, R. La Estación de Huesa: crónica de una “Edad Dorada”. Recurso digital disponible en: https://cabradelsantocristo.org/2024/10/03/la-estacion-de-huesa-cronica-de-una-edad-dorada/


[1] Desde la estación de Jódar hasta Úbeda se hacía el transporte por carretera.

[2] No había agua potable en kilómetros a la redonda y este enorme aljibe daría de beber a buena parte de quienes allí vivieron.

[3] LÓPEZ RODRÍGUEZ, R. Preservar nuestro paisaje. Disponible en: https://cabradelsantocristo.org/2018/07/01/preservar-nuestro-paisaje/

[4] Texto: (Revista «Infantil Express» del Colegio Público Arturo del Moral. 11/1988)

[5] LÓPEZ CORDERO, J.A. y ESCOBEDO MOLINOS, E. Trogloditismo en Sierra Mágina. Las cuevas de la Estación de Huesa. Revista Sumuntán, nº 34. Jaén, 2016. Pág. 195.

[6] Sería interesante acometer un trabajo demográfico donde se contrastaran datos como la procedencia de quienes colonizaron este poblado que, como hemos dicho, se formó en torno a la estación férrea con gentes llegadas a finales del XIX y durante las primeras décadas del siglo XX, en su mayoría procedentes de las provincias de Almería, Granada, Málaga y Jaén.

2 comentarios sobre “La Estación de Huesa: crónica de una “Edad Dorada”

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  1. Raíces:

    La casa que aparece en la foto de Huesa (la casa blanca con la puerta en el centro, un par de ventanas cuadradas a los lados y una redonda pequeña arriba) era la casa de mis abuelos, Sebastiana y Tomás. Mi madre Dolores (la pequeña) vivía allí con mis tíos.

    Gracias por compartirla y difundirla,

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  2. hola…soy Jesus Arenas..naci en la estación de Huesa en 1952.. fue una vivencia fugaz, mi padre era ferroviario y a los pocos años lo trasladaron a La Roda de Andalucía, con lo que no tengo recuerdos de mi estancia, pero me siento unido emocionalmente ya que era gemelo y mi hermano del alma falleció a los seis meses de vida y fue enterrado allí, es por lo que parte de mi se quedó allí.

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